Por su rareza, belleza y durabilidad, el oro ha mantenido un alto valor a lo largo de los siglos.
El oro es un material preciado desde la antigüedad: para los egipcios, éste provenía del sol, y la piel de sus dioses era de este color; mientras que en la Mitología griega, encontramos varias historias alrededor de éste. También ligado al arte, diferentes civilizaciones lo han utilizado para crear objetos sagrados y ornamentos preciosos.
De su uso como moneda el registro más antiguo data de alrededor del 635 Antes de Cristo, en la región histórica de Lidia (actualmente parte de Turquía); las monedas de oro servían no sólo como medio de intercambio, sino que se convirtieron también en un medio de comunicación masiva, a través de las imágenes grabadas en ellas; Alejandro Magno, por ejemplo, las utilizó para difundir su imagen en los territorios que iba conquistando.
El oro ayudó a financiar el crecimiento de imperios como el romano. Más tarde, cuando Constantino el Grande trasladó la capital del imperio a Constantinopla (hoy Estambul) y acuñó el Sólido Bizantino, ésta se convirtió en la moneda de oro más aceptada, conociéndose como el dólar de la Edad Media.
En el siglo XIII varios Estados europeos acuñaron sus propias monedas para rivalizar con el Sólido Bizantino, siendo la de Venecia la que prevalecería. En los siguientes siglos, la atracción por el oro llevaría a los europeos a otros continentes, cambiando por completo la dirección de la historia.
Si bien es más conocido por sus logros científicos, Sir Isaac Newton trabajó por 30 años (desde finales del siglo XVII) en la casa de moneda del gobierno de Inglaterra. En este periodo estableció un precio fijo para el oro (en torno al cual giraría el resto de la economía) e inició así el patrón oro. El emisor de una moneda garantizaba que quien la tuviera podría intercambiarla en cualquier momento por su equivalente en oro, es decir, el dinero en circulación estaba respaldado por el preciado metal.
En 1870 varias economías adoptaron este sistema, lo que facilitó el comercio internacional, pues el valor de sus monedas se medía en base a su equivalencia en oro. Al paso de la Primera Guerra Mundial, con sus economías destruidas, varios países europeos abandonaron el patrón oro, regresando a éste en 1925.
Sin embargo, esto duraría sólo unos años más, pues al término de la Segunda Guerra Mundial, 44 países firmaron los acuerdos de Bretton Woods. De acuerdo a estos, el oro ya no sería el soporte de las divisas, excepto el de la divisa más fuerte: el dólar. En consecuencia, el resto de las monedas participantes fluctuarían alrededor de éste.
En 1971, el gobierno de Estados Unidos desvinculó el dólar del oro. Si bien a partir del cambio de orden hacia una economía basada en el dólar, este metal perdió protagonismo, en tiempos de crisis e incertidumbre su precio tiende a subir, pues continúa siendo un medio para conservar valor.
Más allá de sus usos a través de los siglos, en ornamentos de lujo, artículos religiosos, como componente electrónico, o incluso como medio masivo de comunicación, el oro ha sido históricamente un metal cuyo valor se ha mantenido. Su alto valor estético, rareza, exclusividad y durabilidad (no se corroe, ni se daña), lo dotan de un valor intrínseco.
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